La
exigencia social de incluir en el sistema político mexicano las
llamadas candidaturas ciudadanas y más aún, la integración de
éstas al discurso político de los partidos para conseguir soporte
electoral, es una muestra del desgaste que existe en el sistema de
representación que tenemos en el país. La población no se siente
representada por la clase política, sea el partido que sea, y
prefiere asirse a personajes aparentemente desvinculados de los
partidos.
El
solo nombre de candidaturas ciudadanas evidencia la fuerte
disociación que existe entre la sociedad y la clase gobernante. Tal
término sugiere, casi directamente, que las candidaturas partidistas
no son ciudadanas (no obstante, de acuerdo a la legislación vigente, todo
individuo, aun apoyado por un partido, con aspiraciones a un cargo de
elección popular está obligado a ser ciudadano mexicano para
participar en alguna contienda).
Esta
importante separación entre ciudadano y político es consecuencia de
una desvalorización social que se viene dando desde hace años a
todo el sistema político en conjunto, creando una atmósfera de
ilegitimidad e inestabilidad. Con la urgencia de legitimar nuestro
sistema de representación, los partidos camaleonicamente han optado
por apoyar (aunque sea retóricamente) las candidaturas ciudadanas; a
la par, la sociedad mexicana, asustada por algún cambio más
sustancial, ha convertido algún proceso que se pudiera dar para una
transformación política más integral, en una focalizada lucha por
obtener las candidaturas ciudadanas en una próxima reforma política.
Es
un tema con muchos elementos a analizar. Los partidos políticos
fueron la salida para acceder al poder de manera pacífica; nacieron
con el ideal de ser cuerpos institucionales para recabar demandas
sociales de acuerdo a supuestas lineas ideológicas, y así, la que
mejor se adecue a la población llegara a los puestos de gobierno
para hacer efectivo su proyecto de desarrollo.
La
crisis de los partidos se engloba a que se perciben más como
facciones distintas luchando por los altos puestos para conquistar o
perpetuar intereses particulares, donde las propuestas son meros
recursos retóricos para convencer (o manipular) al electorado. Bien
es cierto que esto puede ser ampliamente documentado para convertirlo
en algo más que una simple percepción. No obstante, hay que matizar
diciendo que el uso de la retórica no es suficiente para ganarse
legitimidad, por lo que normalmente se acompaña de alguna acción
superficial concreta que le de cierta verosimilitud al discurso.
Partiendo de esto, podemos decir que, de alguna manera, tal vez
ínfima para los escépticos, sí existe representación por parte de
los partidos. Con esta conclusión pretendo evitar satanizar el sistema político del país.
Me
parece indispensable, para un próximo proyecto de reforma política,
enfatizar cosas que a veces obviamos y hasta cierto punto
banalizamos. La sucesión en el poder es indispensable que sea
pacífica, refiriendo con esto el evitar, con todos los medios, la
violencia física. En este sentido, el modelo de partidos es muy
aceptable aun a pesar de los conflictos electorales del 2006, por lo que
creo es muy rescatable un sistema que continúe permitiendo el acceso
al poder, para tomar decisiones políticas, únicamente por medio de
cuerpos institucionales avalados para tal objetivo por el Estado (Eso
no pasaría con las llamadas candidaturas ciudadanas).
El
cambio sería en torno a cómo conformar estos cuerpos
institucionales para que no se perviertan tanto como los partidos y
que además, igual de importante, le den legitimidad a ellos mismos y
al Estado. En ese sentido, me parece importante retomar algunos de
los puntos que Luis Villoro sugiere (Villoro, El Pensamiento Moderno)
y que a su vez dice van en la misma línea ideológica de lo que
plantea Bobbio. Hacer efectivos los derechos individuales como parte
de los derechos sociales propios de cada comunidad y grupo; es decir,
al contrario de elegir individualmente al sujeto que tendrá el poder
de decisión, como hoy pasa, tener plenas facultades para la decisión
política dentro de la comunidad a la que se pertenece y crear un
sistema de intercomunicación entre todas las comunidades y grupos
que integran la sociedad. Estas comunidades y grupos, bajo mi
esquema, serían lo que llamamos aquí cuerpos institucionales.
Lo
que hoy funciona es un sistema que, a través de la elección de las
individualidades atomizadas vistas como masa (la sociedad), se
legitima un grupo que monopoliza todas las decisiones políticas (la
clase política). Lo que se plantea es invertir la estructura, que
las decisiones políticas se tomen desde las bases sociales vistas
como comunidades (las comunidades que integran la sociedad y que le
dan sentido de pertenencia a los sujetos), no como masa, y que así
los individuos realicen el ejercicio pleno de sus derechos sociales
dentro de esos colectivos institucionalizados.
En
las llamadas candidaturas ciudadanas veo además algunos puntos flacos que
tienden hacia dos preocupantes aspectos, hacia la eliminación de
cuerpos institucionales para tomar decisiones políticas, aunque sean
meramente electorales; y a la promoción del individualismo, como si
el sujeto no perteneciera a ningún grupo.
Las
candidaturas ciudadanas, de acuerdo a como se están materializando,
están menos limitadas para hacer uso de grandes cantidades de
dinero, que conjugado con que parten desde una popularidad
conquistada por el carisma y por la exposición frecuente a los
medios de comunicación y no por recabar demandas sociales para
elaborar un discurso a modo para conseguir votantes, construye un
idóneo escenario para crear personajes artificiales con grandes
cantidades de recursos dados desde grupos con suficiente capacidad
económica para encumbrar a algún individuo que beneficie sus
intereses.
Sin
duda, hay ciudadanos apartidistas populares y ejemplares con
capacidad para gobernar el país; no obstante, la apertura a las
candidaturas ciudadanas requiere de un profundo análisis, pues
éstas, de ser integradas despreocupadamente, tal cual como se
pretendía con el Proyecto de Reforma Política impulsado por Felipe
Calderón, se pueden convertir en un perfecto instrumento
institucional para hacer más desiguales y menos transparentes las
contiendas e incluso, de consolidarse tal mecanismo de sucesión,
instaurar un auténtico Estado oligarca.
Al
exigir las candidaturas ciudadanas partimos de una premisa peligrosa
y engañosa: la clase política es la única culpable del deterioro
del país (por eso tal vez mejor nombrarlas
como candidaturas independientes, aunque este termino requiere también de una valoración); sin embargo, la mediocridad y
corrupción de la clase política, es parte del desgaste
socio-cultural que estamos viviendo a nivel general en Occidente y
que por las enormes desigualdades de aquí, se ha acentuado aún más.
Es peligrosa y engañosa porque, como ciudadanos, parece exculparnos las
responsabilidades que nos tocan, y por tanto nos ciega de los problemas que estamos
viviendo a nivel sociedad y que se trasminan a todos los sectores.
No
hay que justificar ni defender bajo ninguna circunstancia a los
partidos, ellos también tendrán que asumir sus responsabilidades;
simplemente quiero hacer notar que el deterioro del ejercicio
de la política es el reflejo del empobrecimiento de los valores de la sociedad. Una
sociedad que ha priorizado el desarrollo individual por sobre el
colectivo y que ha vinculado el éxito a la acumulación de riquezas
impulsa naturalmente a los sujetos a la conquista y después
perpetuación de intereses particulares para acumular capital,
actividad central para verse y sentirse exitoso dentro de nuestra sociedad;
pero que cuando visiblemente afecta al bienestar colectivo, como en
el caso del ejercicio de la política, origina debates cruentos y
descalificaciones sesgadas, autocomplacientes que nos libran de las responsabilidades que también tenemos como
ciudadanos sin partido.
Es
necesario, orientar nuestras acciones para asumirnos como individuos
inmersos en una sociedad, hay que virar hacia el bien colectivo y por
tanto, reestructurar un Estado fuerte para que pueda salvaguardar el
interés público, pero igual de importante, para darle legitimidad a
este nuevo Estado, asumir la responsabilidad de que la actividad
política es elemento central de nuestra ciudadanía y que en estos
términos hay que reordenar el sistema político.
Te quedó muy bien ¡felicidades!
ResponderEliminarVaya… todo un tema interesante, me gustó mucho “ El deterioro de ejercicio de la política es el reflejo del empobrecimiento de los valores de la sociedad” y tienes toda la razón, a veces me gusta soñar que la gente caerá en cuenta que debemos buscar un bien común, que no vivimos solos, llegar al poder debiera ser eso buscar un bien común y no solo asegurar la riqueza de los "olvidados" que han llegado a manejar estos poderes.
ResponderEliminarPienso que la sociedad ha ido perdiendo credibilidad por las diferentes mañas y manipulaciones, huellas que quedan presentes en algunas personas pero bueno seamos positivos y no caigamos en desesperanza mejor tratemos de exigir buenas condiciones para una saludable y feliz vida colectiva. =) ( en paz claro, tampoco hay que llamar a la violencia)
Muy bien por esta experiencia, gracias por la reflexión.
Muchas gracias por la lectura y por la reflexión que haces de ella. Comparto contigo la idea de buscar una saludable vida colectiva. Tal vez ahora, motivados por el cómo convivir colectivamente, también tenemos que empezar a pensar en qué tipo de sociedad y con que valores queremos.
EliminarUn gustazo leer tu reflexión. Aquí estaremos escribiendo más, ojalá y te des más vueltas.